Yo sentía que hoy no podía fallar. De alguna
manera me sentía obligado, pero por cariño, a estar aquí. Me decía David: “Tienes que contar tu experiencia, ¿qué ha
aportado JuCar para ti?” Le pregunte si podía contar lo que me diera la
gana y dijo: “Sí, lo que tú quieras”.
Bueno, pues entonces voy a decir que me llamo
Juan, vengo de Castellón, tengo 34 años, soy terapeuta ocupacional, tengo una
mujer que se llama Nati, tengo 2 hijos, Adrián y Josué… y empiezo por el final
de mi vida porque yo soy lo que soy, a día de hoy, en gran parte porque estuve
en los grupos JuCar. Hace mucho tiempo, cuando tenía 12 o 13 añitos, yo era un
chaval bastante gamberrete, lo que viene siendo “la joya de la corona” y un día
el Padre Paco Daza pasó por allí, me dijo: “Por
qué no te acercas a los grupos y te presento a Loli y a los monitores”. Y allí
yo me notaba que estaba a gusto, simplemente me sentía feliz. Durante mucho
tiempo seguí siendo el Juan de la calle, el gamberrete, el que la liaba y
tampoco hacía mucho por ir a misa… Sin embargo cuando llegaban las 5 de la tarde
y yo iba a JuCar, yo me notaba feliz. Y esa es mi parte de experiencia y
encuentro con Jesús.
Yo siempre digo que lo mismo que le pasó a
Saulo me pasó a mí y, de alguna manera, pues el Señor quiere que algo cambie y
pueda plantearme mi vida cerca de Jesús. Hubo un momento de elección, un
momento en que me di cuenta que me sentía muy a gusto aquí, formaba parte de
los grupos JuCar pero quería algo más… ¿Qué más? Pues que no fuera alguien que
solo cogiese o absorbiese todo el rato del Evangelio, sino que también
transmitiese. Y me acuerdo perfectamente a las puertas del colegio de Begoña
cuando Pablo me dijo: “Bueno, pues al año
que viene coges un grupo”. Y estaba yo como loco: “¡Voy a ser monitor! ¡Me voy a poder quedar más tiempo por la noche!”
Al principio era muy fácil, cogíamos el material de Paco Daza, que consistía en
objetivos, contenido, metodología, etc. Y
lo apañábamos. Era sencillo pero había algo que me hacía sentir que tenía que
ser algo más: Y es que lo que yo hacía… era bastante importante para un grupo
de personas; Lo que yo decía… había personas que lo escuchaban; Si yo fallaba,
eso fallaba. Y empecé a sentir lo que era la responsabilidad. Responsabilidad que
fue la que mis monitores tuvieron conmigo y yo ahora tenía con los grupos.
Siempre me ha gustado ser el líder, el que
tiraba hacia adelante, y eso fue lo que las personas que estuvieron en los
grupos en esa época creo que supieron aprovechar de mí: el decir intenta darte
y sacar lo mejor de ti para los demás. Poco a poco vinieron las Pascuas, las
primeras convivencias y consiguieron que me hiciese una pregunta, que además me
hice en esta misma iglesia: “¿Qué quiere
el Señor de mi?” Tuve un momento en que me dije el Señor quiere de mi que
sea fraile. Yo iba de cabeza al convento, lo tenía clarísimo. Tenía claro que
el Señor me había tocado algo para que yo me dedicase a esto. Y entonces yo
salí de Osuna un verano, acompañado de David, y dije: “Quiero entrar en la
orden, voy a ser un fraile excelente”… y
ese mismo verano me eché novia. Daba la sensación que el Señor no me quería a
mí para ser fraile.
Continué con los grupos y, gracias a Dios, esa
novia me hizo ver que a lo mejor mi vocación no era la del sacerdocio pero yo
me seguía preguntando cuál era mi vocación. Continuaba dándolo todo en mi
grupo, cogiendo mayores responsabilidades en la eucaristía y yo me daba cuenta
que había algo que no había cambiado desde el primer minuto y es que yo me
sentía feliz… como si todo lo que pasaba a mi alrededor tuviera una magia
especial, tenía la magia del Señor.
El tiempo fue pasando, fuimos creciendo y por
diferentes razones llegó un momento en que nuestro grupo grande de Begoña se
fue haciendo más pequeño, reduciéndose en número, y cuando quedábamos a penas
10 o 12 personas yo dije: “Bueno, vamos a
hacer un gran compromiso, vamos a crear una comunidad carmelita, vamos a tomar
una regla y adaptarla”. Cuando ya fuimos comunidad, elegimos a nuestro prior
(David del Carpio) y yo era tesorero, que por cierto era un desastre. En
un primer momento funcionó, pero luego algo
pasó que la gente se fue alejando, ya no creía en el proyecto y yo tuve un
momento de gran decepción, desilusión y de preguntarme si todo aquello
realmente merecía la pena… Todo esto vino acompañado además de una crisis
personal. Esto me hizo que me alejase de la gente del barrio, que cambiase, ya
no acudía a los grupos, ya no acudía a la eucaristía en mi iglesia… Algo había
cambiado en mí.
Una semana santa, no muy lejos de Madrid, en
Pueblo de Dios, estuve en una pascua que pude compartir con alguno de los que estáis
aquí y El Señor me vino a decir: “Bueno, vamos a ver, si tú has estado todo
este tiempo con los grupos, si tú has estado al lado de muchas personas, saca
la cabeza… A mí me pasaba como cuando Jesús se llevó a tres de sus discípulos a
un monte y allí tuvieron una gran visión y Pedro le dice: “Señor hagamos tres chozas porque aquí se está muy a gusto” y Jesús
le reprende… Pues eso era lo que yo quería, quedarme a gustito en mi choza,
pero en esa pascua el Señor me dijo: “Sigue
adelante: Da todo lo que has aprendido en los grupos; Da todo lo que has
aprendido en las eucaristías, en las pascuas, en las convivencias; Y dáselo a
toda la gente que te rodea; Da testimonio de Jesús y de esa manera estarás
construyendo de nuevo el Reino.” Y el Señor me convenció y me dije: “Yo puedo dar de alguna manera eso que yo
viví en las pascuas, con tantas personas, con ilusión y con fuerza.”
Yo sigo llevando en mi corazón la bandera de
JuCar, la bandera carmelita, la bandera de decir un día tomé una regla carmelita
y la hice mía, la adapté. Y lo único que hago diferente es que no lo hago con
personas que habitualmente tienen una regla como base de su vida, sino que yo
lo hago solo, o lo hago con mi familia o lo hago con mis hijos.
¿Qué le tengo que decir a un grupo de jóvenes
que como yo hace 15 años hoy están aquí? ¡Pues que merece la pena! Y yo soy lo
que soy en primer lugar porque un día alguien me dijo vente a los grupos; Yo
soy lo que soy porque un día un grupo de sacerdotes decidieron que valía la
pena contar con los jóvenes. Nunca olvidaré esto.
Tengo que dar las gracias a los monitores que
han pasado por mi vida. También quiero felicitar a los curas, esas personas van
viendo pasar a jóvenes y otras muchas personas por sus vidas y lo que hacéis es
construir el reino, lo que hacéis es cambiar el mundo, porque consiguen que
otras personas, no sé si buenas o malas, se sientan transformados. El Señor se
sigue valiendo de vuestras manos para cuestionarnos. Y finalmente que estoy muy
orgulloso de lo que soy, de lo que tengo y que estoy muy contento de que el
Señor lo haya hecho también con tanta gente.
Juan Higueras
Jucar Begoña
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