Esta noche del 15 de julio será menos oscura y sí más acogedora para
la Orden del Carmelo y todos sus miembros, quienes nos sentiremos especialmente
unidos en el estrecho abrazo –nuestras mejillas contra la suya, como el Niño y
“la Bruna” de
Nápoles”- de una Madre Común. Vestidos con un mismo hábito, protegido el
corazón bajo un pedazo de su manto, pertenecemos a una misma y numerosa familia
extendida por todo el mundo, que se sabe universal, y que esta noche se unirá
en oración, trascendiendo las barreras geográficas, para convertirse en un
inmenso mar de plegaria alumbrado por una Estrella Singular que guía a los
náufragos hasta la salvación que ofrece el Monte Carmelo. Nos preparamos, con
el resto de carmelitas del mundo y con ayuda de nuestra Madre María, para
ponernos en presencia del Señor y escuchar atentamente Su Palabra.
Lectura del Libro de Ezequiel 36, 24-28
Os recogeré de entre las naciones,
os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre
vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e
idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un
espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un
corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis
preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra
que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.
Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
El oráculo de Ezequiel sobre el regreso del pueblo de Israel a su
tierra, tras el destierro en Babilonia, es un canto a la misericordia infinita
de Dios que tiene mucho que decirnos hoy a quienes formamos parte de la familia
carmelitana, dado que esta misericordia se nos ha manifestado muy especialmente
por medio de la Virgen María, Señora del Monte Carmelo, a quien venera nuestra
Orden mañana.
Así como Dios promete a los israelitas recogerlos de entre todos los
pueblos donde se encuentran dispersos, incomunicados, y reunirlos en la tierra
que les pertenece, devolverles su hogar,
en esta noche sentimos especialmente cómo el Señor ha derribado las fronteras
que existían entre comunidades, ciudades, países o ramas de nuestra Orden, al
sabernos en la oración hijos de una misma Madre; ella, María, es también la fecunda
tierra prometida a la que nos ha traído el Padre después de hacernos miembros
de una misma familia.
Dios anuncia a su pueblo la gracia de la purificación por medio de un
agua que limpiará sus infidelidades, sus pecados; porque, efectivamente, “el
que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3,
5). Esta advertencia de Jesús ya se anticipa en cumplirla en cierto modo
nuestro Padre San Elías, que tras escuchar al Señor se dirige al Monte Carmelo
a nacer de nuevo, bebiendo de la fuente Querit y comiendo los alimentos que
recibe de los cuervos, asociados al plano espiritual por su carácter aéreo. Como
los primeros carmelitas que se reunieron en torno a María y a la fuente de
Elías, ocho siglos después el carisma de nuestra Orden, expresado en nuestra
Regla, continúa siendo la fuente de la que bebemos y en la que aprendemos a
estar limpios de nuestras faltas, a ejemplo de nuestra Madre Intacta.
La misericordia de Dios se manifiesta también en el regalo que hace a
los israelitas de un corazón y un espíritu nuevos. Nos encontramos ante un Dios
que no espera (indiferente, impaciente o airado) a que hagamos solos todo el trabajo,
sino que corre en nuestra ayuda a arrancar con Sus propias manos nuestro
corazón de piedra y a sustituirlo por un corazón de carne, más blando. Este
nuevo corazón que Dios nos regala está conectado a otro, que es Inmaculado (el
de María, Madre tierna), por medio del Santo Escapulario. Gracias a él María se
nos hace más presente en nuestra vida cotidiana y aprendemos de ella a lograr
que se cumpla en nosotros la voluntad del Señor (Ez. 36, 27). También es el
Escapulario el signo que la Virgen nos ha ofrecido para constituirnos en
miembros de una familia, un solo “pueblo” como dice Dios en la lectura.
Amparada bajo este signo, toda la familia carmelitana reza esta noche
y mañana, cada uno regresando de su destierro individual, a esta tierra
prometida por Dios que es María, la Viña Florida de la que ha crecido Cristo,
Vid Verdadera (Jn. 15, 1-8); la “mujer como parra fecunda” (Sal. 128, 3) en el
centro del Monte de Perfección. A la sombra de esta parra habitaremos en paz
esta noche (Miq. 4, 4), muy cerca de Jesús.
ORACIÓN A NUESTRA MADRE
Flor del Carmelo,
Viña florida,
Esplendor del Cielo,
Virgen fecunda y singular.
Madre tierna,
intacta de hombre,
a los carmelitas proteja tu nombre,
¡Estrella del mar!
ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS
25 AÑOS JUCAR EN LA PROV. BÉTICA
¡Oh,
Señor, todo lo que tú haces está bien!
Te damos
las gracias por el camino que hemos recorrido juntos, durante estos 25 años
vividos.
Saliste a
nuestro encuentro y tu presencia nos impulsó a caminar en esperanza.
Has sido
para nosotros, a la vez, el camino y el compañero de camino: ¡cuántos rostros,
sueños, sonrisas, miradas, gestos, momentos de oración y compromisos te han hecho presente en
nuestra vida y nos han hablado de Ti!
Tú has
sido el principio y el fin de cada jornada, de cada encuentro, de cada curso y
celebración.
Tú, la
razón de nuestra vida y el motor de nuestra historia, continúas abriéndonos
horizontes nuevos de entusiasmo y generosidad.
Gracias
por habernos llamado al Carmelo y habernos hecho parte de esta gran familia.
Queremos
vivir nuestra fe en comunión con la Iglesia y al servicio del Reino de Dios.
Tu Madre,
la Virgen del Carmen, nos ha acompañado en todo momento y ha velado por cada
uno de nosotros. Como ella, deseamos hacer siempre tu voluntad y, así,
comunicarte al mundo para que, los que no te conocen, te conozcan, los que se
hayan alejado de ti se acerquen con alegría y los que viven sin esperanza
encuentren en tu Evangelio la razón y el fundamento de sus vidas.
¡Gracias,
Señor,…!